Leyendas y Ruinas Celtas

LOS PENCONES DEL CERRO CASTILLEJO

A juzgar por los restos hallados, es muy probable que los primeros pencones vivieran agrupados en el Cerro Castillejo, o de los Tres Picos. Se trata de un castro amurallado, que ha llegado hasta nuestros días “muy alterado”, debido a las actuaciones llevadas a cabo en el terreno que ocupa, por personas desaprensivas, cuyo objetivo era encontrar restos que tuvieran valor en el mercado negro, como monedas o piezas de ajuares funerarios.
La zona amurallada tiene una extensión de 3.18 hectáreas, según las mediciones efectuadas por el placentino, Paco Ramos. En cuanto a su división, señala que “consta de dos recintos delimitados claramente por distinta cota, y separados por muros internos”. Las puertas de “sencilla estructura”, sostiene que debieron abrirse en el lado Norte, “donde aún señala el camino de entrada al castro”, en lo que concierne a la parte más baja del mismo, “que se bifurca ante la muralla”.

Construido con bloques “graníticos trabajados”, el recinto perimetral del castro “es fácilmente reseguirle, y presenta un aceptable estado de conservación, con impresionantes derrumbes en la cara Norte”. Sin embargo, Paco Ramos, indica también que “algunos lienzos se hallan muy alterados por reutilizaciones y superposiciones”, empleadas para cercas ganaderas.
Por otra parte, el perímetro interior posee restos de un aljibe, recrecido con sillares y posibles restos circulares, que pudieron pertenecer a viviendas. En el extremo Suroeste se encuentra la acrópolis de unos 55 metros de diámetro. “En la parte superior de la acrópolis se halla un bolo granítico con cazoletas naturales, de una tipología, semejante a las de las piedras documentadas en otros yacimientos cercanos”; lo que podría conllevar su utilización como santuario, apunta Ramos. Afirma además en el estudio que hizo sobre los restos prehistóricos que hay en el Cerro Castillejo, o de los Tres Picos, que este carácter de corredor “posibilita un área con influencias de la zona Sur, con materiales orientales, que se superponen a la cultura vetona”, con interacciones mesetarias.
De vocación principalmente pastoril. La economía de estos pencones prehistóricos se complementaría con el aprovechamiento agrícola, “documentado por el hallazgo de molinos circulares, graníticos”, utilizados para la molienda de cereales.

Por último, Paco Ramos no duda que las alteraciones originadas por la incursión del general romano Aníbal, a tierras interiores, que la bibliografía sitúa en el año 220 antes de Cristo, “fueron un factor determinante para la concentración de la población en áreas de altura amuralladas y fácilmente defendibles”. También cabe la posibilidad de que la degradación de la vida urbana favoreciera la reutilización de castros abandonados, “cuya población había sido obligada a desalojar definitivamente los recintos fortificados, y a trasladarse a los llanos, cuando el control por los romanos se hizo efectivo”.